La imagen del mundo es la imagen de un tablero de ajedrez: las piezas son los hombres, los jugadores son Dios y Satán.
La idea supone un ejército de buenos, y un ejército de malos; pero si
ambos ejércitos siguen las mismas reglas, si ambos ejércitos están ahí
por el mismo motivo, y ambos ejércitos sueñan lo mismo y mueren por lo
mismo, es decir, por conquistar el lado opuesto del tablero ¿por qué
suponer que sólo uno de ellos es bueno?
Estas naturalezas opuestas
resultan entonces como una misma naturaleza, un único ejército, una
mitad de tablero, creyendo luchar contra el ejército opuesto, pero que
no sabe no es otra cosa que su reflejo.
Lo único que rompería el
hechizo, es que uno de los dos resultara más ágil, y ganara el juego.
Sólo ante una distracción del reflejo, ante una jugada inesperada, como
una jugada accidental, un movimiento que ni siquiera se pensó hacer,
alguno de los dos pudiera ganar el partido, dejando a su propio reflejo
boquiabierto. Aunque tal vez tampoco, tal vez la única forma de ganar el
juego sería perdiéndolo. Lo difícil de la situación es que cuando un
peón esté junto al peón enemigo, se alzará para ponerse en el sitio del
otro, pero el peón enemigo, el peón reflejado, también se alzará en el
combate, y así chocarán en el acto, es decir en el vidrio, y la jugada
será imposible, cada jugada será imposible, y acaso sea eso lo que hace
de un reflejo el peor enemigo.
De modo que el ejército deberá
devorarse y aniquilarse a sí mismo, sin nunca cruzar, siquiera tocar, el
ejército opuesto, el otro lado del tablero. Luego de la masacre,
quedando sólo el Rey y alguna Torre, tal vez se pueda terminar el juego.
Un juego de ajedrez que no deja de ser predecible, hasta para las inanimadas piezas.
Acaso el ser único ya no vea sentido en seguir jugando contra sí mismo,
pero ¿Contra quién más podría jugar? Contra otro ser único, diferente.
Tal vez, la realidad, la verdad, más allá del mundo de la materia,
consta de un ser único, y de su reflejo; a veces el ser se mira a sí
mismo en el espejo, se encuentra a sí mismo en el reflejo, pero este,
como todo reflejo, se presenta invertido, y el ser único se asusta de
sí, y huye. En la huída ve al reflejo que insiste, y lo acusa de
perseguidor. Tal vez esperaba reconocerse como una luz blanca, pero a
cambio de eso, encontró aquel cuerpo rojo con cuernos; en el idioma de
los espejos, luz blanca se dice rojo con cuernos, en el espacio de las
inversiones, blanco se dice negro, Dios se dice Diablo.
Entonces, en
ese mundo de inexistencia, parece haber un súbito ente o duplicado
impevisto, y acaso el reflejo ¿es el ser único, repetido? ¿es que esa
fuerza única ha creado una fuerza nueva? ¿es el ser único que se observa
a sí mismo en un vidrio plateado, o el reflejo es alguien más, del otro
lado, observándolo?
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